El triunfo de los agudos
Los humanos mostramos un sesgo perceptual sistemático en el procesamiento de las voces altas en la música, lo que correlaciona con una respuesta cerebral más intensa a las desviaciones hacia tonos altos que a los bajos. Los bebés también muestran este efecto de superioridad de las voces agudas, lo que sugiere que esta propiedad no requiere de la maduración cerebral y el aprendizaje. Por último, la representación cortical de las frecuencias altas es, en general, mayor que las bajas y esto no depende del entrenamiento musical (Hall & Moore, 2003).
¿Qué significado biológico tiene un sonido agudo y ascendente?
Cuando un objeto emisor se acerca, no sólo aumenta la intensidad del sonido que genera al perder menos energía por la proximidad, sino que aumenta su frecuencia. Esto es conocido por los físicos como Efecto Doppler (3). Los sonidos crecientes son ecológicamente relevantes para un animal pues indican que el emisor se acerca y ello puede ser muy relevante si se trata de un riesgo o una oportunidad. Y, como suele ocurrir, el sistema nervioso amplifica lo relevante, lo exagera y sobreestima (el cerebro exagera siempre aquello que le interesa). En el sistema visual, por ejemplo, los objetos que se acercan se agrandan y brillan más que los del fondo o que permanecen estáticos. Esta respuesta se combina con la respuesta auditiva en neuronas multimodales (asociadas a varios sentidos), que señalan que ambas cosas están sucediendo: aumento del brillo y sonido creciente. El resultado es sinérgico y los objetos visuales que están combinados con tonos ascendentes se perciben más grandes y más brillante de lo que correspondería a sus propiedades físicas reales, como si aparecieran más cerca del observador (Sutherland et al. 2014).
En este sentido, la respuesta específica a los sonidos ascendentes forma parte de una adaptación evolutiva por la que el cerebro anticipa la posición real de un objeto en movimiento y con ello se adelanta a lo que va a suceder, se trata de una reacción predictiva. Estos mecanismos neuronales explicarían, al menos en parte, nuestra debilidad por los crescendos, los glissandi, y por las voces de los tenores y las sopranos.
En resumen, los ejemplos anteriores muestran el anclaje neurológico de algunas propiedades básicas de la música. Se trata de algunos aspectos de la experiencia o la estructura musical que, de entrada, parecerían genuinamente culturales, probablemente sean innatos y tengan un origen evolutivo. A fin de cuentas, la evolución no es más que nuestra historia biológica, es aquella historia que se ha quedado ya dentro de nosotros en forma de nuestra propia naturaleza.
Ahora bien, nada de lo anterior contradice el hecho de que en gran medida nuestra experiencia musical depende del aprendizaje y de las expectativas generadas por el aprendizaje. En gran medida, la percepción musical, la sensibilidad musical y no digamos la ejecución, dependen de la educación, siendo la exposición temprana totalmente determinante para el desarrollo de las capacidades musicales, tanto la percepción como la ejecución. No sólo la experiencia nos confirma que esto es así, sino también numerosos estudios neurofisiológicos. Lo que he querido defender aquí no es ni mucho menos la genética contra la cultura, que como tal es un “falso problema”. Más bien se han querido mostrar ejemplos que indican que, muy probablemente, hay reglas previas al aprendizaje que forman parte de la arquitectura cerebral.
Reglas biológicas que condicionan propiedades fundamentales de la música que, en apariencia, parecerían ser culturales, reglas que condicionan la música misma. En la estructura del cerebro está la condición de posibilidad de la música y sus límites. Quizá por ello no hay música sin reglas, y algunos intentos de deshacerse de ellas han sido fallidos, o al menos han roto el nexo intuitivo, “natural”, entre el oyente y el creador (4) Cada innovación, cada novedad musical debe pasar por el tamiz de la transmisión intergeneracional, debe pasar por el filtro del cerebro (Trehub, 2015). Puede entenderse esto como una defensa moderna de los “universales estéticos” en la que éstos ahora no responden a un origen divino ni habitan en una dimensión inmaterial, sino que resultan de la operación de circuitos neuronales específicos seleccionados a través de millones de años Quizá por eso la música nos parece divina, por ser el reflejo abstracto de nuestro propio cerebro.
Notas al pie:
(3) El efecto Doppler es el cambio de la frecuencia de una onda dependiendo de que se acerque o se aleje respecto del emisor. El caso más familiar es el de las sirenas de las ambulancias o de la policía, o los aviones que cuando se acercan el tono que emiten es cada vez más agudo, hasta que llegan a nuestra localización, a partir de la cual, al alejarse, cada vez es más grave. En general, el fenómeno se produce cuando la velocidad del desplazamiento del objeto emisor es comparable a la de la propagación de las ondas.
(4) Pierre Boulez, músico contemporáneo, creador y defensor de la música atonal, el serialismo y otras corrientes renovadoras del sXX, decía en una entrevista en 1999: “Quizá no tuvimos suficientemente en cuenta la manera en la que la música es percibida por el oyente” (citado por Laurel Trainor en “The neural roots of music”, Nature 453:29, 2008). Lo cual es una reflexión interesante sobre la capacidad cerebral de creación de objetos/formas que luego es incapaz de resolver. Recuerda la famosa reflexión de Kant en le prólogo de la Crítica de la Razón Pura: “La razón humana tiene, en una especie de sus conocimientos, el destino particular de verse acosada por cuestiones que no puede apartar, pues le son propuestas por la naturaleza de la razón misma, pero a las que tampoco puede contestar, porque superan las facultades de la razón humana”.
Fuente: https://lasneurocienciasylasletras.blog/2018/02/22/el-cerebro-y-la-musica-buscando-reglas-universales/